Diego de Torres Villarroel
Editorial Libros Mablaz
Disponible en la Web editorial, pinchando en: Viaje fantástico del gran Piscator de Salamanca
ISBN: 978-84-943276-1-2
Páginas:186
Todos los títulos de la colección de Clásicos Españoles pinchando en la pestaña de la cabecera: Ediciones recuperadas de Clásicos
Historia Verdadera, el Clásico que narra el primer viaje a la luna.
El Quijote en la Guerra, Fantasía que pudo ser Historia.
Viaje fantástico del gran Piscator de Salamanca.
Viaje de un filósofo a Selenópolis.
La piedra Filosofal.
Mañana o la Chispa eléctrica.
La Editorial Libros Mablaz ha publicado su segunda reimpresión de un libro clásico de ciencia ficción. Se trata de Viaje fantástico del gran Piscator de Salamanca, de Diego de Torres Villarroel (LM-41), un viaje a la Luna ideado en el año 1724.
Viaje fantástico del gran Piscator de Salamanca.
un clásico recuperado en edición de Ricardo Muñoz Fajardo,
de Editorial Libros Mablaz.
Viaje fantástico del
gran Piscator de Salamanca de Diego Torres Villaroel, año 1724.
Prólogo al que ahora leyere, en este año de 2015, doscientos
ochenta y nueve años después de escrita la obra original.
Tienen que perdonar mi forma de titular este prólogo de la
edición del año 2015, la que efectúa la editorial Libros Mablaz, que recoge la
fórmula utilizada por Diego de Torres Villarroel, el autor del Viaje Fantástico
del Gran Piscator de Salamanca, escrita en el año 1724.
Además de Luciano y Maldonado, Johannes Kepler, el famoso
astrónomo, escribió la que muchos consideran la primera novela de ciencia
ficción, Somnium o La astronomía de la Luna (1634), aunque esta afirmación es
desconsiderar las ficciones escritas con anterioridad a Somnium.
Cuatro años después, John Wilkins publicó El descubrimiento de un mundo en la Luna y Cyrano de Bergerac –que es un personaje real en cuya vida se basó la obra teatral de 1897 del autor francés Edmond Rostand, varias veces versionada en el cine-, hace lo propio en el año 1656 con su Historia cómica de los Estados e imperios de la Luna.
Y, por fin, viene el Viaje Fantástico del Gran Piscator de Salamanca, sesenta y ocho años después, y la Luna pareció pasar de moda como destino de viajes imaginados, aunque jamás quedó en desuso, muy fortalecida por la incursión espacial en nuestro satélite de los libros Julio Verne, en el siglo XIX, y de las primeras películas de ese nuevo arte que causó furor en la siguiente centuria, el cine.
Aun así, la importancia de los tránsitos oníricos o viajeros a la Luna en el principio de la protociencia ficción es innegable. Ejemplos ya hemos indicado algunos, prácticamente todos los que existen, y entre los albores de la ficción imaginativa y su primer apogeo, situado en las tres o cuatro décadas del siglo XIX, con la irrupción de autores de prestigio, como es el caso del citado Verne o el también archiconocido H.G. Wells.
Cuatro años después, John Wilkins publicó El descubrimiento de un mundo en la Luna y Cyrano de Bergerac –que es un personaje real en cuya vida se basó la obra teatral de 1897 del autor francés Edmond Rostand, varias veces versionada en el cine-, hace lo propio en el año 1656 con su Historia cómica de los Estados e imperios de la Luna.
Y, por fin, viene el Viaje Fantástico del Gran Piscator de Salamanca, sesenta y ocho años después, y la Luna pareció pasar de moda como destino de viajes imaginados, aunque jamás quedó en desuso, muy fortalecida por la incursión espacial en nuestro satélite de los libros Julio Verne, en el siglo XIX, y de las primeras películas de ese nuevo arte que causó furor en la siguiente centuria, el cine.
Aun así, la importancia de los tránsitos oníricos o viajeros a la Luna en el principio de la protociencia ficción es innegable. Ejemplos ya hemos indicado algunos, prácticamente todos los que existen, y entre los albores de la ficción imaginativa y su primer apogeo, situado en las tres o cuatro décadas del siglo XIX, con la irrupción de autores de prestigio, como es el caso del citado Verne o el también archiconocido H.G. Wells.
Ricardo Muñoz Fajardo.
Augusto Uribe, en su web, le dedica un interesante artículo a esta obra.
Augusto Uribe, Viaje fantástico del gran Piscator de Salamanca.
DOS SIGLOS MÁS TARDE LE SIGUIÓ
En 1726 volvió a Salamanca, en cuya Universidad obtuvo
la cátedra de matemáticas, cosa que los alumnos celebraron rindiéndole un
homenaje apoteósico, no por su saber, que no era tanto, sino por las simpatías
de que gozaba entre ellos. No mucho después, a causa de un lance de honor, tuvo
que huir a Francia y en 1732 fue desterrado a Portugal, país en que permaneció
otros dos años. En 1745 fue ordenado sacerdote y en 1750 solicitó la jubilación
anticipada, que se le concedió un año después; eso le permitió dedicar su
tiempo a la literatura y llevar a cabo la labor, insólita para la época, de editar
sus obras completas, en 14
tomos, por suscripción popular, lo que da prueba cabal de la extraordinaria popularidad que se ganó a base de hacerse pasar por fantástico. Murió en 1769.
Mas en su vida real, Villarroel no fue nada fantástico, sino
un burgués acomodado que acertó a sacar pingües beneficios de sus libros, otra
cosa bien poco frecuente entonces. Eso explicaría que un tratado elemental de
física y astronomía, como éste, lo vistiese de viaje a la luna y de polémica
Kepler-Kircher. Quizá sus conocimientos no superaran la teoría geocéntrica y
seguro que ésta era más fácil de «vender» que la heliocéntrica en aquella
Salamanca. Lo que decía en el artículo anterior sobre paralelismo entre utopía
y viaje fantástico no es aplicable a este caso, pues la conexión de esta obra
con la utopía es más bien endeble. (Sí, en cambio, encierran algo de «utopía
popular» sus Almanaques).
Augusto Uribe, en su web, le dedica un interesante artículo a esta obra.
Augusto Uribe, Viaje fantástico del gran Piscator de Salamanca.
DOS SIGLOS MÁS TARDE LE SIGUIÓ
EL GRAN PISCATOR DE SALAMANCA
El segundo viaje español a la Luna, el que se ha venido
tomando por el primero, aunque sólo fue el primero escrito en castellano,
estuvo retrasado respecto a su tiempo, tanto en la forma de llevarse a cabo
como en su concepción del universo y las ideas que la sustentaban.
En cuanto a la forma de llevarse a cabo porque es sólo un
sueño, cuando ya un siglo antes, y como ya he comentado, Francis Godwin, en The
Man in the Moone (1638), había hecho volar hasta nuestro satélite desde la isla
de Tenerife a Domingo González en un asiento remolcado por gansas, e incluso
Daniel De Foe había hecho llegar a la luna una máquina voladora, el
Consolidator, en l narración que lleva ese nombre (1705). Para nuestro autor el
sueño es un recurso fácil y no necesita más.
En cuanto a la concepción del universo porque ya Copérnico
había hecho saber que su centro era el sol, y no la Tierra, y, en cuanto a las
ideas que la sustentaban, porque ya Kepler había escrito también su viaje a la
luna, su Somnium (1634) —para algunos la primera obra de ciencia ficción de la
historia—, precisamente para negar que la Tierra fuera un astro impar en los
cielos y afirmar, por el contrario, que era de naturaleza estelar, como la luna
lo era de naturaleza terrenal. Esto significaba que la Tierra no era la única
morada posible del hombre, como lo probaría la existencia de otros mundos
habitados. Kepler no especula sobre la habitabilidad de la luna, dice
sencillamente que está habitada, lo que supone un paso adelante sobre las
elucubraciones anteriores, que partían de una postura religiosa tomada de
antemano y sólo pretendían justificarla, ignorando los conocimientos
científicos que pudieran aportar datos en contra.
Como era de temer, otros no razonaron tan bien y se
revolvieron contra él con los últimos coletazos que surgen indefectiblemente
antes de que se imponga una idea de progreso, sea del orden que sea. Así hizo
Kircher, con su Itinerarium Extaticum (1659), la postrera gran defensa de la
teoría tolemaica del universo, subordinando la ciencia a una obtusa
interpretación literal de la Biblia, en el pasaje que tanto complicó la vida a
Galileo: «Detente, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ayyalón. Y el sol
se detuvo y la luna se paró» (Josué 10, 12-13). Y suponiendo cierta, asimismo,
la afirmación de Aristóteles de que el mundo sublunar está corrompido y es
sustancialmente distinto del celestial de la pureza, aseveración grata a
quienes concebían la humanidad como una masa damnata por el pecado original.
Kircher visita otros planetas y el sol mismo, que gira alrededor de la Tierra,
por supuesto, y los encuentra habitados, mas no por seres humanos [1].
Las dos obras, el Somnium en negativo y el Itinerarium en
positivo, son las que tiene en cuenta bastante después —y, como Maldonado, en
ocasión de un eclipse— Diego Torres de Villarroel para escribir el Viaje
fantástico del Gran Piscator de Salamanca. Jornadas por uno y otro mundo,
descubrimiento de sus substancias, generaciones y producciones. Ciencia, juycio
y congetura de el eclypse de el día 22 de mayo de este presente año de 1724 (de
el qual han escrito los Astrólogos del Norte), etc., por su autor, el bachiller
Don Diego de Torres, Profesor de Filosofía y Matemáticas, substituto a la
cátedra de Astronomía de Salamanca. La primera edición del libro, de 110
páginas de un tamaño de 19x14 cm., no indica el nombre del editor ni el año y
lugar en que se imprimió, mas la dedicatoria y la censura llevan fecha de 5 de
agosto de 1724, la licencia de 14 de agosto y la «tassa» de 20 de octubre de
ese mismo año, las tres últimas en Madrid.
Un día en que el autor ha leído justamente el citado Camino
extático de Kirquerio [2] y las novedades de la Gazeta sobre el eclipse de sol
del 22 de mayo de 1724, se queda dormido y recibe en sueños la visita de unos
amigos con los que parte para un viaje que se desarrolla en cuatro jornadas de
camino y una de reflexión, que sirven de pretexto al autor para proporcionar
una serie de explicaciones físicas y astronómicas. La primera jornada se dedica
al mundo subterráneo; la segunda a la superficie de la Tierra, mares y ríos; la
tercera al ayre, el fuego y la lluvia, y en la cuarta se asciende hasta los
espacios, empezando por la luna, que está deshabitada.
«Con pasos más
azelerados que los que llevaran mis amigos quando caminaban por las entrañas
cercanas al infierno, llegaron al vasto mundo de la Luna. Allí empezamos a
discurrir por sus montes, valles, y llanadas, no vimos ni en los más ocultos
rincones aquellos vivientes que dixo Pytagoras, con que tuvimos por apócrifa la
opinión de su Escuela. Ni vimos monstruo alguno, solo pudimos percibir que era
un globo muy parecido al de la Tierra en lo desigual y escabroso.»
A pesar de que Villarroel arranca de un eclipse y explica
correctamente que los de sol se producen cuando la luna se interpone entre este
astro y la Tierra, su teoría es todavía la ya superada tolemaica. Supone la
Tierra en el centro del universo, rodeada por las once esferas clásicas, la del
ayre, la del fuego, la de la luna, de Mercurio, Venus, el Sol (su posición
normal en la teoría geocéntrica), Marte, Júpiter, Saturno (en esta novena
esfera estuvieron las aguas del Diluvio hasta que el Señor las hizo caer sobre
la Tierra), el cielo o firmamento y, finalmente, en onceno lugar, el Empyreo,
la ciudad de Dios y de los bienaventurados, como dice Ptolomeo, «el príncipe de
los astrólogos». El autor, en fin, proporciona farragosas explicaciones
astronómicas.
Diego Torres de Villarroel nació en Salamanca en 1694, de
una estirpe de libreros. Estudió en su ciudad natal y, a los 19 años, marchó a
Portugal. Si nos atenemos a sus biógrafos rigurosos, llevó allí una existencia
normal y corriente, pero, si hacemos caso a su Vida, fue criado de ermitaño en
Trasosmontes, médico, guitarrista y danzante en Coimbra, soldado en Oporto y
torero en Lisboa. Esta autobiografía, estas memorias que tituló Vida,
ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del Doctor Don Diego Torres
Villarroel (Madrid, 1743), están dedicadas a su propia alabanza y responden a
su irrefrenable deseo de hablar de sí mismo.
A su regreso a España se enfrascó en la lectura de libros
que le apasionaban, sobre astrología y matemáticas, mas pronto, a raíz de su
intervención en una disputa entre jesuitas y dominicos, fue encarcelado,
primero, y hubo de regresar a Madrid, después, donde en 1721 inició la
publicación de sus Almanaques y Pronósticos, que firmó como el Gran Piscator de
Salamanca: duraron hasta 1756 y le proporcionaron popularidad y fama de adivino
y brujo, pero él nunca se los tomó en serio. Entre innumerables fallos, logró
algunos aciertos, como la predicción de la muerte del rey Luis I o, incluso, la
Revolución Francesa en el Pronóstico de 1756, esto es, treinta años antes de
que tuviera lugar.
tomos, por suscripción popular, lo que da prueba cabal de la extraordinaria popularidad que se ganó a base de hacerse pasar por fantástico. Murió en 1769.
El Viaje fantástico es una obra menor, entre las muchas que
produjo, que hay que encuadrar dentro de sus escritos para aleccionar al lector
sobre los temas más diversos. No destaca por su valor científico ni por las
aventuras que no narra, sino por el aire de polémica y misterio que envuelve a
su prolífico autor, poco frecuente en los medios académicos.
En cuanto a su estilo, aunque el autor manifiesta su solo
propósito de exponer claramente sus ideas y su desdén por los aspectos formales
del lenguaje, su descuido es sólo fingido. Escribía «con abundancia desaliñada
de lengua», dejó dicho de él Menéndez y Pelayo, mas pienso que en realidad su
estilo es más cuidado que descuidado, intencionadamente elegido para causar el
mayor impacto posible en el lector: como un peinado «despeinado» está
meticulosamente elaborado.
NOTAS
1. Estos libros y las ideas religiosas y astronómicas de la
época los he tratado largamente en el artículo «Kepler: ciencia y ficción»,
publicado en el fanzine electrónico Ad Astra nº 6, Barcelona, otoño 1996.
2. Era frecuente castellanizar los nombres propios. A
Villarroel sólo le faltó decir Quirquerio, lo que hubiera hecho las delicias de
Madariaga, quien, por ejemplo, elogiaba a un embajador de Felipe II en Londres
que al conde de Knox le decía en sus cartas conde de Quenoques.